El último iraquí en Guantánamo, absuelto hace seis años, regresa a casa
15 de junio de 2009
Andy Worthington
El jueves pasado, mientras todas las miradas se centraban en la llegada de cuatro
uigures de Guantánamo a las cálidas
costas de las Bermudas -y mientras algunos comentaristas, entre los que me
incluyo, señalaban que el preso más joven de Guantánamo, Mohammed
El-Gharani, había sido liberado y enviado a Chad, el país de origen de su
familia-, sólo un periodista, James Warren, del Atlantic,
se dio cuenta de que otro preso, un iraquí llamado Jawad Jabbar Sadkhan
al-Sahlani, también había sido liberado. Warren habló con su abogado, Jeffrey
Colman, de Jenner & Block, quien le dijo, sin rodeos: "Nunca debería
haber estado allí".
Al-Sahlani (cuyo apellido nunca fue registrado por el Pentágono) había explicado en Guantánamo que había
sido capturado por error. En su comparecencia ante el Tribunal de Revisión del
Estatuto de Combatiente en 2004 (una
junta de revisión administrativa unilateral convocada para evaluar si, en
el momento de su captura, había sido designado correctamente como
"combatiente enemigo" que podía ser recluido sin cargos ni juicio),
dijo que él y su familia habían abandonado Irak debido a las intolerables
condiciones de vida bajo el régimen de Sadam Husein, y que habían ido primero a
Irán y luego a la ONU en Pakistán, donde él pidió asilo.
Cuando se hizo evidente que la ONU no podría ayudarle, dijo que planeaba regresar a Irán y le dijeron que
la ruta más fácil era a través de Afganistán. Sin embargo, los guías con los
que viajaba le dejaron en Kabul, y dijo que entonces se dirigió al mulá Nitham
Eddine, que trabajaba para la policía, y, tras explicar que él y su familia
eran inmigrantes, le encontraron una familia afgana con la que vivir.
Añadió que después se trasladó con su familia a un pueblo cercano a Mazar-e-Sharif, en el norte de
Afganistán, que fue donde estuvo la mayor parte de los tres años y medio que
pasó en Afganistán, trabajando principalmente como taxista, pero también, en
ocasiones, vendiendo combustible y trabajando como mecánico. Explicó que, en
2002, fue detenido en su casa por un comandante afgano, y que luego fue vendido
a los estadounidenses, que lo llevaron a Kandahar y después a Guantánamo.
A pesar de esta explicación coherente y plausible, al-Shalani se vio obligado, en su juicio, a señalar la
enorme discrepancia entre las acusaciones contra él y su propio relato. Aunque
es musulmán chií, lo que explica por qué huyó de la opresión de Sadam Husein,
ya que la mayoría chií era perseguida por el dictador iraquí, se alegó que en
Irak había trabajado para el Grupo de Respuesta de Emergencia Amin, que era
"responsable de localizar a personas opuestas a Sadam Husein, y
torturarlas y/o matarlas [a ellas]". También se alegó que, en Afganistán,
fue comandante talibán, reclutador talibán, interrogador de los talibanes en
Mazar-e-Sharif, a cargo de entre diez y quince interrogadores más, que estuvo
"muy implicado en el tráfico de heroína para los talibanes" y que
recibió fondos de Osama bin Laden que se canalizaron a través de una
organización benéfica saudí que operaba en Afganistán.
En una acusación bastante contradictoria, se afirmaba que había reclutado a un grupo de sus propios
combatientes, les había proporcionado armas, equipos de comunicaciones y
vehículos, y "pretendía vender los servicios de su grupo de combate al
señor de la guerra de Afganistán que hiciera la oferta más alta". Según
esta hipótesis, si un recluta se negaba a unirse a su grupo, era entregado a
los talibanes como espía, aunque, desafiando la hipótesis del "mejor
postor" mencionada anteriormente, también se alegó que él y su grupo
lucharon con los talibanes contra la Alianza del Norte en el frente. Quizá la
acusación más ridícula de todas -dados sus antecedentes y su religión- fue la
afirmación de que había "operado como conducto entre los talibanes de
Mazar-e-Sharif y Sadam Husein".
En respuesta, negó haber trabajado nunca para los talibanes y explicó que, mientras estuvo en
Mazar-e-Sharif, había trabajado, de hecho, ocasionalmente para la Alianza del
Norte, reparando vehículos para un representante del general Rashid Dostum,
líder de la facción uzbeka de la Alianza en el norte de Afganistán, a quien
también ayudó, tras el inicio de la invasión liderada por Estados Unidos,
"señalando emplazamientos talibanes". Y añadió, conmovedor:
"Puse mi vida, la de mi mujer y la de mis hijos en peligro para ayudar a
la Alianza del Norte".
Cuando se le pidió su opinión sobre las acusaciones contra él, dijo que creía que se habían producido
por desacuerdos con otros presos que habían dicho mentiras sobre él. Señaló que
estaba recluido en el Campo V (uno de los bloques de máxima seguridad de la
prisión) para protegerse de los ataques de otros presos, porque era musulmán
chií (en contraste con la mayoría suní de la prisión) y porque "cooperaba
con los interrogadores". Añadió que había sufrido la rotura de un brazo
tras ser agredido por un preso saudí, y culpó del incidente a dos
interrogadores en particular, diciendo que los habían dejado deliberadamente
juntos en una habitación.
Como han demostrado los ejemplos de otros presos chiíes -principalmente otros iraquíes, de cuyas
amargas experiencias de falsas acusaciones informé cuando cuatro
presos iraquíes fueron liberados en los últimos días de la administración
Bush-, el conflicto en Guantánamo entre agitadores suníes y chiíes era muy
real, y, para ser sinceros, da mala imagen de las autoridades estadounidenses,
que deberían haberse dado cuenta de que tanto los fanáticos suníes radicales de
Al Qaeda como los fanáticos suníes radicales de los talibanes (responsables de
varias masacres de la minoría chií de Afganistán, los hazara) nunca habrían
aceptado a un musulmán chií en su seno.
En una de las juntas anuales de revisión de al-Sahlani (convocadas para evaluar si, tras haber sido
declarado "combatiente enemigo", seguía representando una amenaza
para Estados Unidos o sus aliados), dos testigos iraquíes ofrecieron más
explicaciones sobre el conflicto entre suníes y chiíes y, además, uno de ellos
señaló que al-Sahlani también había sido objetivo de dos presos concretos que
eran conocidos dentro de Guantánamo como informadores notoriamente poco fiables.
Arkan al-Karim, uno de los hombres liberados en enero, refutó las acusaciones de que al-Sahlani había
amenazado a otros presos, señalando que era él quien había sido amenazado, y
otro, Abbas al-Naely (también liberado en enero), que había conocido a
al-Sahlani en Afganistán, hizo primero una encendida defensa de su carácter,
describiéndolo como un hombre dedicado a su familia, que no era "un hombre
político, ni religioso, ni de guerra, y es una persona pacífica", y añadió:
"Yo estuve en Mazar-e-Sharif adicto al hachís, pero a pesar de ello él me
ayudó", y luego explicó que las acusaciones contra él habían sido el
resultado de un desacuerdo con dos presos en particular, cuyas falsas
acusaciones plagaron a innumerables presos de Guantánamo: Ali al-Tayeea, otro
iraquí (también puesto en libertad en enero), y Yasim Basardah, un yemení, del
que se hizo un perfil en el Washington
Post en febrero, cuya petición de hábeas fue concedida por un juez al
mes siguiente.
Espero que de lo anterior se desprenda claramente que la historia de Jawad al-Sahlani ejemplifica muchos
de los problemas
más persistentes de Guantánamo: prisioneros entregados a las fuerzas
estadounidenses por oportunistas que buscaban las suculentas recompensas que se
ofrecían por "sospechosos de pertenecer a Al Qaeda o los talibanes",
que luego eran etiquetados como "combatientes enemigos" sin ningún
tipo de escrutinio, y que eran víctimas
de las mentiras de otros prisioneros (ya fuera bajo coacción, mediante
soborno o porque tenían graves problemas mentales), que luego eran consideradas
como verdad por interrogadores y administradores crédulos.
En el momento de su puesta en libertad, el abogado de al-Sahlani, Jeffrey Colman, reiteró la historia
contada por su cliente en Guantánamo, pero añadió que en 2003 "altos
mandos militares estadounidenses y el jefe del Grupo Especial de Investigación
Criminal del Departamento de Defensa" habían "recomendado su puesta
en libertad". Colman no supo explicar por qué había tardado tanto. Dijo
que había preguntado, pero que "no había obtenido respuestas", y
añadió que el retraso también era inexplicable porque, a diferencia de otros
presos que no
pueden ser devueltos a sus países de origen porque corren el riesgo de ser
torturados, al-Sahlani "quería volver a casa desde el principio."
Colman fue mordaz con la forma en que se gestionaba Guantánamo. En sus 35 años de carrera, dijo, había
"representado a clientes en las circunstancias legales y físicas más
terribles que se puedan imaginar", visitando prisiones de máxima seguridad
y trabajando para condenados a muerte en Illinois y Georgia, pero representar a
hombres recluidos en Guantánamo había sido "la experiencia más deprimente,
difícil y frustrante de mi carrera jurídica. Nunca he visto tanta falta de
respeto por la relación abogado-cliente como en Guantánamo". Y añadió:
"No se parece a ninguna otra institución. Hay un nivel de aislamiento y
desesperanza como nunca he visto". También explicó que a los hombres de
Guantánamo les resultaba casi imposible comprender lo que les estaba
ocurriendo. "¿Cómo le dices a un cliente que llevamos seis años hablando
de la misma cuestión: si un tribunal está facultado para conocer de tu
caso?", preguntó.
El calvario de Al-Sahlani ha llegado a su fin -y sólo puedo esperar que su optimismo sobre cómo será
tratado en Irak esté justificado-, pero todavía no se ha explicado por qué la
administración Obama tardó cinco meses en liberarlo, ni por qué su liberación
se produjo cuando lo hizo. No quiero terminar con una nota amarga, pero parece,
por un comentario de Colman, que el nuevo gobierno estaba motivado menos por el
impulso de corregir una injusticia de larga data, que por el temor a que
quedara en evidencia en un tribunal.
Según explicó Colman, no se le informó hasta el 15 de mayo de que el grupo de trabajo interdepartamental de
la administración Obama, que está revisando
los casos de todos los presos restantes, había autorizado la puesta en
libertad de al-Sahlani, y añadió que su salida de Guantánamo "se produjo
mientras los abogados de Jenner & Block se preparaban para una vista de
hábeas corpus que estaba previsto que comenzara el 18 de junio ante la juez del
tribunal federal de distrito de Washington D.C. Rosemary Collyer".
Eso, tengo que concluir, es más que un poco conveniente.
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